domingo, 23 de octubre de 2016

Capitulo 2



2


Susurro de las Tres Hojas




Por fin se hallaban solos ellos dos con su viejo secreto: La “sala del trono”
La figura mas baja y esbelta musito unas palabras incomprensibles mientras ejecutaba unos fluidos movimientos con sus manos. La sombra mas alta y robusta estaba parada, con brazos cruzados. Solo se escuchaba la agitada respiración de ambos personajes, a la expectativa del que posiblemente fuera el tesoro más grande del mundo.
Clara la luz ilumino la basta sala subterránea. Hacia más tres décadas que no visitaban aquel magnifico lugar tan secreto como suyo. La plata y el mármol verde, los gravados de las paredes y las baldosas lustrosas, los tapices y los muebles, todo en perfecto estado. Las edades parecían haber tenido piedad de tal belleza y majestuosidad, apartándola de las leyes del tiempo y la naturaleza.
Pero por sobre todo estaba el “Trono de los Antiguos”.
Tallado en piedra negra, se situaba en el fondo de la sala, en una parte elevada. En sus costados había muchos dibujos, que representaban hazañas de héroes hacia siglos olvidados. Los apoyabrazos terminaban en cabezas de lobos, tan reales que parecía iban a atacar a cualquiera que osase tocarlos.
-- ¿Estas preparado, Jornam?
-- Solo espero que sigan en su lugar
Juntos, caminaron en dirección al trono, con paso firme y orgulloso, como si realmente fueran a presentar respetos al que hubiese sido monarca de aquel mundo de piedra y bosques.
Laregmir saco su daga y la clavó en una hendidura de la base del sitial y comenzó a hacer palanca. Muy poco se movió. Con un gesto de la cabeza, llamo a su compañero, el cual ahora blandía una barreta. Juntos lograron moverlo.
Y allí estaban, en los mismos lienzos en que las habían envuelto hacia más de treinta años.
Frías, pulidas, perfectas. Las tres hojas brillaban bajo la brillante luz del conjuro. Eran de un oscuro metal que nunca pudieron reconoser: ni hacero ni hierro, solo “eso”. Las hojas tenían líneas suaves y curvas, como talladas por el viento, y presentaban nervaduras similares a las de las hojas de los árboles.  Las empuñaduras también eran muy elaboradas. Estaban inscriptas por runas en espiral y otras figuras extrañas, y eran extremadamente cómodas de sostener.
Pero eran el pomo y la cruz lo que las distinguía realmente entre si, a pesar que tenían longitudes diferentes.
La primera y mas larga de ellas no podia blandirse con una sola mano dado a su gran longitud, de casi seis pies, pero era muy liviana en comparación a sus dimensiones. Su cruz se curvaba hacia la hoja, y parecian dos cuernos de antílope austral, y estaban hechos con verdaderos  cuernos, pero con un interior solido. El pomo era una pequeña cabeza de una criatura de aspecto siniestro, con un hocico corto y chato, del que sobresalían unos terribles colmillos, con ojos pequeños de rubí y cuernos como los de la otra parte de la empuñadura.
La segunda espada era poco mas larga que una daga y tenia una empuñadura enjoyada. Las esmeraldas y lapislázuli, de refinada talla, apenas sobresalían de la base sobre la cual estaban encastrados. Era muy fría al tacto, y era extremadamente afilada, como habían comprobado los dos hombres el día en que la encontraron tirada en los túneles de las ruinas.
La tercera era la favorita de Laregmir. Su hoja era levemente más recta que la de las demás, y era de una longitud cómoda, de poco más de tres pies y medio. Tenia cuatro galluelos perpendiculares entre si que parecían las garras de algún tipo de reptil cerrándose hacia el filo. La empuñadura, por todo lo demás era simple, lisa, pero el pomo era lo realmente especial. Dos colmillos amarillentos estaban engarzados al final de la empuñadura. Median tanto como su dedo meñique y eran extremadamente suaves y duros. Tenían la cara interna muy afilada, como si las hubieran afilado intencionalmente. Se sentía a gusto contemplando estos colmillos.
-- ¿crees que unas buenas armas puedan definir esta lucha, Laregmir?
-- Solo si logran inspirar valentía en los demás. Sabes que somos muy pocos, y que solo con una inmensa cantidad de suerte podrán salvarse los que están  escondidos en la bóveda.
Jarmond tomo el espadón y lo contemplo unos segundos. Luego miro fijamente a su compañero
-- Pero no obstante hay posibilidades—el gesto del hombretón era cada vez más sombrío--. Siempre fuiste como un hermano mayor para mi, y se que mi hija te tiene bastante estima, aunque no de la que me gustaría que tuviera. Si llego a morir, quiero que dejes la batalla y hullas con ella. Es lo único que tengo.
-- No creo que eso sea necesario. No morirás esta noche. Eres mucho mas duro que cualquier orco o bestia que ronde por estos parajes.
-- Tienes razón, pero prométeme que si algo me pasa, cuidaras a mi hija.
-- Haré lo que este a mi alcance.
Laregmir tomo las dos espadas que todavía estaban en el suelo y se las calzó en el cinturón. Luego, camino hacia Jarmon y le dio una fuerte palmada en el hombro.
-- Es hora de subir

Pocos eran los que podían combatir. Poco más de treinta labradores y jóvenes tramperos inexpertos armados con hachas, picos y endebles arcos de tejo. Solo su predisposición por luchar y la valentía que afloraba de sus corazones les daba algo de peso como combatientes, pero por todo lo demás, parecía que esta era una batalla perdida. Muchos no llegarían a ver un nuevo amanecer.
Todos estaban en sus posiciones, iluminados por la fría luna de invierno

El viento comenzó a soplar helado desde el sudeste. Una sombra se acercaba desde el norte. No eran demasiados en realidad, pero marchaban en perfecta formación.
Sesenta orcos, todos bien armados y de apariencia fiera marchaba en la noche, escoltados por cuatro figuras mas altas, mucho mas altas.
Estos seres lobunos tenían una apariencia mucha más temible que los que fueron asesinados en la granja de los Harmond. Más musculosos, más altos, con el pelaje teñido de negro como si de tatuajes se tratara. Sus torsos estaban desnudos y presentaban muchas cicatrices. Vestían oscuras capas, ya muy desgastadas, y sus piernas y brazos estaban cubiertos por placas metálicas. Con estridentes ladridos daban órdenes a sus fuerzas, mientras enarbolaban sus grandes y pesadas espadas de filo aserrado.
“Esto es demasiado fácil” pensó Laregmir. La diferencia era de menos de dos a uno, y los orcos no eran un fuerza combatiente entrenada, siendo que su fortaleza estaba en el numero de sus hordas. Debía hacer una trampa en todo esto, y esos cuatro combatientes que flanqueaban la formación no le daban buena espina.
Dirigió una ultima mirada a sus hombres, todos escondidos en sus puestos, esperando la orden de atacar. Muchos no verían un nuevo amanecer. Su boca estaba seca y la sangre le zumbaba en los oídos. Lentamente, coloco una flecha en la cuerda de su arco y la tensó lentamente. Era la hora
Rapido como el rayo, Laregmir se incorporo y disparo la primera flecha, destinada al primero de los licántropos. Todos los arqueros salieron de sus escondrijos e hicieron lo mismo.
Tres flechas se clavaron en el bestial ser, pero este apenas se dio cuenta de ello. Solo se dio por enterado al escuchar caer a los orcos que estaba a sus espaldas. Sin demostrar dolor alguno, procedió a arrancarse las flechas, y de sus heridas comenzó a brotar sangre, pero no parecía importarle. Acto seguido, aulló a la luna llena.
Los pelos de la nuca de todos los presentes se erizaron, y un escalofrío recorrió la espalda de los defensores. Era imposible creer lo que habían visto, y estaban mucho más asustados que antes.
Una nueva oleada de flechas salió disparada contra las fuerzas atacantes, derribando unos cuantos orcos, pero sin tocar a los licántropos. Después de todo ¿que sentido tenia disparar contra algo que no se vería afectado? Todos dejaron sus arcos y bajaron a combatir cuerpo a cuerpo.
Las defensas desataban bien organizadas. Las únicas aberturas eran estrechas y facilitaban la tarea de repeler a los invasores. La lucha se veía restringida a los pasillos y lugares pequeños, donde era sencillo luchar hombro con hombro y en formación cerrada. Los orcos eran enemigos débiles, pero sus superiores eran agua de otro poso.
Jornam se hallaba combatiendo junto a tres jóvenes contra uno de estos guerreros lobo, pero no podían lograr vencerlo. Era demasiado ágil para que el mayor de los Harmond pudiera herirlo con el gran espadón que había obtenido en estas ruinas, y solo habían logrado infligirle algunas heridas leves. Por el contrario, ellos estaban perdiendo energias y uno de ellos estaba herido.
La pelea se fue prolongando demasiado.
Jornam se vió obligado a luchar uno a uno contra la bestia, mientras los otros hacian frente a los orcos que se estaban agrupando alrededor de ellos. La situación era desesperada.
Pero algo se vino a su mente, eran imágenes, sonidos, sensaciones. De repente se encontró pensando en su hija, su tesoro mas preciado, y en la gente de aquella colonia que lo vió nacer. Pero también imágenes de lugares que no conosia, de tiempos que no recordaba. Seres de aspecto delicado discutiendo con una criatura similar a los licántropos contra los que estaban luchando. Un odio tremendo inundo su corazón, una fuerza arrolladora y una entrega absoluta llenaron su cuerpo.
De repente, un rugido estremecedor. No era el guerrero lobuno, ni uno de los orcos. Jornam Harmond se habia convertido en una maquina de matar.
De un mandoble, hizo retroceder a la criatura, y esta casi tropieza. Y ese fue su último error. Con un movimiento imposible para cualquier otro mortal, la espada cambió su curso y se descargo directamente sobre el brazo izquierdo de la bestia, cortándolo limpiamente y liberando un río de sangre negra y tibia. Pero este no fue el último golpe.  Otra vez el espadón se levantó y otra vez se descargo sobre el enemigo, abriendo el pecho de la criatura como si de un costal de grano se tratase.
Jornam dejo el cuerpo inerte de su enemigo y a sus estupefactos compañeros atrás y se lanzo contra los demás enemigos. Era como si estuviera poseído.
Por cada tramo que avanzaba, dejaba tras de si una ristra de muertos. Era como si su único propósito en la vida en ese momento fuera destruir al mal, sin importar el coste. Un costo que podia llegar a ser muy alto, por sierto.
Al final de uno de los pasillos, se dio con una camara circular, la cual era la camara anterior a la bobeda donde estaba ocultas las mujeres y los niños. Unos pocos habian llegado a este punto, y tenian problemas para defender el lugar. Estaba perdiendo.

Laregmir, por su parte estaba corriendo hacia la boveda cellada. Unas voces extrañas le dijeron que sus amigos estaban en peligro, que algo oscuro los estaba amenazando.”Acaba con los traidores” le pareció escuchar en medio del tumulto de sus pensamientos.
Eran pocos los orcos que quedaban en su camino, pero le dolió ver los cuerpos de muchos jóvenes, casi unos niños, tirados en el suelo, cubiertos de sangre y cortes. Uno incluso fue salvajemente mutilado por los invasores y parcialmente devorado. Las espadas parecían querer venganza por ellos, al igual que él. Pronto llego a la sala circular.
Los tres licántropos que quedaban se estaban batiendo contra Jornam, y este poco a poco estaba cediendo terreno. Sin ayuda, no tendría posibilidades de sobrevivir. No habia nadie mas que él en el lugar, pero se escuchaban sonidos de lucha a lo largo del resto de las ruinas.
Algo lo invadió, una fuira siega y una ansia de castigar que nunca habia conosido. La espada de los colmillos estaba temblando, pero no por culpa de él: tenía su propia voluntad.
Las todo a su alrededor se volvió tan irreal y lejano que incluso el dolor de sus heridas le parecian un simple sueño. Laregmir se sentia fluir por un rio, sin el mas minimo control de sus movimientos, danzando con sus espadas. Se dirigia directo hacia los guerreros-lobo.
No sentia ni escuchaba nada, solo veia difusas manchas de sangre saltar por los aires mientras daba vueltas y vueltas. Era ajeno a su propio cuerpo, como si su alma hubiese sido apartada por otra, por un ser mucho mas poderoso. Todo era demasiado etereo para poder comprenderlo.
Nada importaba en ese momento.
“Tranquilo hermano mio, hoy te necesitamos. Hoy no moriras” decian las voces que colmaban su cabeza. Sin saber por que, Laregmir confiaba en estas voces.

Todo se volvio oscuro…

No hay comentarios: