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Susurro de las Tres Hojas
Por fin se
hallaban solos ellos dos con su viejo secreto: La “sala del trono”
La figura mas
baja y esbelta musito unas palabras incomprensibles mientras ejecutaba unos
fluidos movimientos con sus manos. La sombra mas alta y robusta estaba parada,
con brazos cruzados. Solo se escuchaba la agitada respiración de ambos
personajes, a la expectativa del que posiblemente fuera el tesoro más grande
del mundo.
Clara la luz
ilumino la basta sala subterránea. Hacia más tres décadas que no visitaban
aquel magnifico lugar tan secreto como suyo. La plata y el mármol verde, los
gravados de las paredes y las baldosas lustrosas, los tapices y los muebles,
todo en perfecto estado. Las edades parecían haber tenido piedad de tal belleza
y majestuosidad, apartándola de las leyes del tiempo y la naturaleza.
Pero por sobre
todo estaba el “Trono de los Antiguos”.
Tallado en
piedra negra, se situaba en el fondo de la sala, en una parte elevada. En sus
costados había muchos dibujos, que representaban hazañas de héroes hacia siglos
olvidados. Los apoyabrazos terminaban en cabezas de lobos, tan reales que
parecía iban a atacar a cualquiera que osase tocarlos.
-- ¿Estas
preparado, Jornam?
-- Solo espero
que sigan en su lugar
Juntos,
caminaron en dirección al trono, con paso firme y orgulloso, como si realmente
fueran a presentar respetos al que hubiese sido monarca de aquel mundo de
piedra y bosques.
Laregmir saco
su daga y la clavó en una hendidura de la base del sitial y comenzó a hacer
palanca. Muy poco se movió. Con un gesto de la cabeza, llamo a su compañero, el
cual ahora blandía una barreta. Juntos lograron moverlo.
Y allí
estaban, en los mismos lienzos en que las habían envuelto hacia más de treinta
años.
Frías,
pulidas, perfectas. Las tres hojas brillaban bajo la brillante luz del conjuro.
Eran de un oscuro metal que nunca pudieron reconoser: ni hacero ni hierro, solo
“eso”. Las hojas tenían líneas suaves y curvas, como talladas por el viento, y
presentaban nervaduras similares a las de las hojas de los árboles. Las empuñaduras también eran muy elaboradas.
Estaban inscriptas por runas en espiral y otras figuras extrañas, y eran
extremadamente cómodas de sostener.
Pero eran el
pomo y la cruz lo que las distinguía realmente entre si, a pesar que tenían
longitudes diferentes.
La primera y
mas larga de ellas no podia blandirse con una sola mano dado a su gran
longitud, de casi seis pies, pero era muy liviana en comparación a sus
dimensiones. Su cruz se curvaba hacia la hoja, y parecian dos cuernos de
antílope austral, y estaban hechos con verdaderos cuernos, pero con un interior solido. El pomo
era una pequeña cabeza de una criatura de aspecto siniestro, con un hocico
corto y chato, del que sobresalían unos terribles colmillos, con ojos pequeños
de rubí y cuernos como los de la otra parte de la empuñadura.
La segunda
espada era poco mas larga que una daga y tenia una empuñadura enjoyada. Las
esmeraldas y lapislázuli, de refinada talla, apenas sobresalían de la base
sobre la cual estaban encastrados. Era muy fría al tacto, y era extremadamente
afilada, como habían comprobado los dos hombres el día en que la encontraron
tirada en los túneles de las ruinas.
La tercera era
la favorita de Laregmir. Su hoja era levemente más recta que la de las demás, y
era de una longitud cómoda, de poco más de tres pies y medio. Tenia cuatro
galluelos perpendiculares entre si que parecían las garras de algún tipo de
reptil cerrándose hacia el filo. La empuñadura, por todo lo demás era simple,
lisa, pero el pomo era lo realmente especial. Dos colmillos amarillentos
estaban engarzados al final de la empuñadura. Median tanto como su dedo meñique
y eran extremadamente suaves y duros. Tenían la cara interna muy afilada, como
si las hubieran afilado intencionalmente. Se sentía a gusto contemplando estos
colmillos.
-- ¿crees que
unas buenas armas puedan definir esta lucha, Laregmir?
-- Solo si
logran inspirar valentía en los demás. Sabes que somos muy pocos, y que solo
con una inmensa cantidad de suerte podrán salvarse los que están escondidos en la bóveda.
Jarmond tomo
el espadón y lo contemplo unos segundos. Luego miro fijamente a su compañero
-- Pero no
obstante hay posibilidades—el gesto del hombretón era cada vez más sombrío--.
Siempre fuiste como un hermano mayor para mi, y se que mi hija te tiene
bastante estima, aunque no de la que me gustaría que tuviera. Si llego a morir,
quiero que dejes la batalla y hullas con ella. Es lo único que tengo.
-- No creo que
eso sea necesario. No morirás esta noche. Eres mucho mas duro que cualquier
orco o bestia que ronde por estos parajes.
-- Tienes
razón, pero prométeme que si algo me pasa, cuidaras a mi hija.
-- Haré lo que
este a mi alcance.
Laregmir tomo
las dos espadas que todavía estaban en el suelo y se las calzó en el cinturón.
Luego, camino hacia Jarmon y le dio una fuerte palmada en el hombro.
-- Es hora de
subir
Pocos eran los
que podían combatir. Poco más de treinta labradores y jóvenes tramperos
inexpertos armados con hachas, picos y endebles arcos de tejo. Solo su
predisposición por luchar y la valentía que afloraba de sus corazones les daba
algo de peso como combatientes, pero por todo lo demás, parecía que esta era
una batalla perdida. Muchos no llegarían a ver un nuevo amanecer.
Todos estaban
en sus posiciones, iluminados por la fría luna de invierno
El viento
comenzó a soplar helado desde el sudeste. Una sombra se acercaba desde el
norte. No eran demasiados en realidad, pero marchaban en perfecta formación.
Sesenta orcos,
todos bien armados y de apariencia fiera marchaba en la noche, escoltados por
cuatro figuras mas altas, mucho mas altas.
Estos seres
lobunos tenían una apariencia mucha más temible que los que fueron asesinados
en la granja de los Harmond. Más musculosos, más altos, con el pelaje teñido de
negro como si de tatuajes se tratara. Sus torsos estaban desnudos y presentaban
muchas cicatrices. Vestían oscuras capas, ya muy desgastadas, y sus piernas y
brazos estaban cubiertos por placas metálicas. Con estridentes ladridos daban
órdenes a sus fuerzas, mientras enarbolaban sus grandes y pesadas espadas de
filo aserrado.
“Esto es
demasiado fácil” pensó Laregmir. La diferencia era de menos de dos a uno, y los
orcos no eran un fuerza combatiente entrenada, siendo que su fortaleza estaba
en el numero de sus hordas. Debía hacer una trampa en todo esto, y esos cuatro
combatientes que flanqueaban la formación no le daban buena espina.
Dirigió una
ultima mirada a sus hombres, todos escondidos en sus puestos, esperando la
orden de atacar. Muchos no verían un nuevo amanecer. Su boca estaba seca y la
sangre le zumbaba en los oídos. Lentamente, coloco una flecha en la cuerda de
su arco y la tensó lentamente. Era la hora
Rapido como el
rayo, Laregmir se incorporo y disparo la primera flecha, destinada al primero
de los licántropos. Todos los arqueros salieron de sus escondrijos e hicieron
lo mismo.
Tres flechas
se clavaron en el bestial ser, pero este apenas se dio cuenta de ello. Solo se
dio por enterado al escuchar caer a los orcos que estaba a sus espaldas. Sin
demostrar dolor alguno, procedió a arrancarse las flechas, y de sus heridas
comenzó a brotar sangre, pero no parecía importarle. Acto seguido, aulló a la
luna llena.
Los pelos de
la nuca de todos los presentes se erizaron, y un escalofrío recorrió la espalda
de los defensores. Era imposible creer lo que habían visto, y estaban mucho más
asustados que antes.
Una nueva
oleada de flechas salió disparada contra las fuerzas atacantes, derribando unos
cuantos orcos, pero sin tocar a los licántropos. Después de todo ¿que sentido
tenia disparar contra algo que no se vería afectado? Todos dejaron sus arcos y
bajaron a combatir cuerpo a cuerpo.
Las defensas
desataban bien organizadas. Las únicas aberturas eran estrechas y facilitaban
la tarea de repeler a los invasores. La lucha se veía restringida a los
pasillos y lugares pequeños, donde era sencillo luchar hombro con hombro y en
formación cerrada. Los orcos eran enemigos débiles, pero sus superiores eran
agua de otro poso.
Jornam se
hallaba combatiendo junto a tres jóvenes contra uno de estos guerreros lobo,
pero no podían lograr vencerlo. Era demasiado ágil para que el mayor de los
Harmond pudiera herirlo con el gran espadón que había obtenido en estas ruinas,
y solo habían logrado infligirle algunas heridas leves. Por el contrario, ellos
estaban perdiendo energias y uno de ellos estaba herido.
La pelea se
fue prolongando demasiado.
Jornam se vió
obligado a luchar uno a uno contra la bestia, mientras los otros hacian frente
a los orcos que se estaban agrupando alrededor de ellos. La situación era
desesperada.
Pero algo se
vino a su mente, eran imágenes, sonidos, sensaciones. De repente se encontró
pensando en su hija, su tesoro mas preciado, y en la gente de aquella colonia
que lo vió nacer. Pero también imágenes de lugares que no conosia, de tiempos
que no recordaba. Seres de aspecto delicado discutiendo con una criatura
similar a los licántropos contra los que estaban luchando. Un odio tremendo
inundo su corazón, una fuerza arrolladora y una entrega absoluta llenaron su
cuerpo.
De repente, un
rugido estremecedor. No era el guerrero lobuno, ni uno de los orcos. Jornam
Harmond se habia convertido en una maquina de matar.
De un
mandoble, hizo retroceder a la criatura, y esta casi tropieza. Y ese fue su
último error. Con un movimiento imposible para cualquier otro mortal, la espada
cambió su curso y se descargo directamente sobre el brazo izquierdo de la
bestia, cortándolo limpiamente y liberando un río de sangre negra y tibia. Pero
este no fue el último golpe. Otra vez el
espadón se levantó y otra vez se descargo sobre el enemigo, abriendo el pecho
de la criatura como si de un costal de grano se tratase.
Jornam dejo el
cuerpo inerte de su enemigo y a sus estupefactos compañeros atrás y se lanzo
contra los demás enemigos. Era como si estuviera poseído.
Por cada tramo
que avanzaba, dejaba tras de si una ristra de muertos. Era como si su único
propósito en la vida en ese momento fuera destruir al mal, sin importar el
coste. Un costo que podia llegar a ser muy alto, por sierto.
Al final de
uno de los pasillos, se dio con una camara circular, la cual era la camara
anterior a la bobeda donde estaba ocultas las mujeres y los niños. Unos pocos
habian llegado a este punto, y tenian problemas para defender el lugar. Estaba
perdiendo.
Laregmir, por
su parte estaba corriendo hacia la boveda cellada. Unas voces extrañas le
dijeron que sus amigos estaban en peligro, que algo oscuro los estaba
amenazando.”Acaba con los traidores” le pareció escuchar en medio del tumulto
de sus pensamientos.
Eran pocos los
orcos que quedaban en su camino, pero le dolió ver los cuerpos de muchos
jóvenes, casi unos niños, tirados en el suelo, cubiertos de sangre y cortes.
Uno incluso fue salvajemente mutilado por los invasores y parcialmente
devorado. Las espadas parecían querer venganza por ellos, al igual que él.
Pronto llego a la sala circular.
Los tres
licántropos que quedaban se estaban batiendo contra Jornam, y este poco a poco
estaba cediendo terreno. Sin ayuda, no tendría posibilidades de sobrevivir. No
habia nadie mas que él en el lugar, pero se escuchaban sonidos de lucha a lo
largo del resto de las ruinas.
Algo lo
invadió, una fuira siega y una ansia de castigar que nunca habia conosido. La
espada de los colmillos estaba temblando, pero no por culpa de él: tenía su
propia voluntad.
Las todo a su
alrededor se volvió tan irreal y lejano que incluso el dolor de sus heridas le
parecian un simple sueño. Laregmir se sentia fluir por un rio, sin el mas
minimo control de sus movimientos, danzando con sus espadas. Se dirigia directo
hacia los guerreros-lobo.
No sentia ni
escuchaba nada, solo veia difusas manchas de sangre saltar por los aires
mientras daba vueltas y vueltas. Era ajeno a su propio cuerpo, como si su alma
hubiese sido apartada por otra, por un ser mucho mas poderoso. Todo era
demasiado etereo para poder comprenderlo.
Nada importaba
en ese momento.
“Tranquilo
hermano mio, hoy te necesitamos. Hoy no moriras” decian las voces que colmaban
su cabeza. Sin saber por que, Laregmir confiaba en estas voces.
Todo se volvio
oscuro…
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