domingo, 23 de octubre de 2016

Capitulo 4



4


Las garras de grifo




“Hay otro pueblo mas adelante, con empalizada, ¡y no ha sido atacado todavía!”. Esto fue lo primero que escucharon aquella mañana de las últimas semanas del invierno. Era la primera buena noticia que tenían desde hacia mucho tiempo, si es que no era la primera. Por fin podrían reabastecerse y advertir a los pobladores del peligro que los asechaba en las noches. Además, según los exploradores de la vanguardia, solo estaban a un día de viaje, si marchaban con paso forzado.
Animada por esta noticia, la Caravana de los Hambrientos marchaba por las extensas planicies del Páramo. Hacían ya casi tres semanas desde la batalla en las ruinas y no se había encontrado señal alguna del enemigo. Solo tropezaron con un poblado que había sido atacado hacia bastante, a juzgar por el grado de descomposición de los cadáveres, pero en donde encontraron una generosa cantidad de provisiones, especialmente barriles de conservas de carne y cerveza. La suerte estaba de su lado, al menos por ahora.
Caminando juntos, estaban Laregmir, Jornam y Lord Phineas Goldfil.
Desde el momento en que recibieron la noticia de un poblado intacto cerca, y de tales características, no habían dejado de discutir las nuevas posibilidades que se les presentaban. Si bien lo mas prudente era aprovisionarse y luego partir, ya no a deambular, si no a Puerto Orco, la oportunidad de establecer una plaza fuerte en aquel lugar era también algo tentador. Desde allí podrían resistir el embate de las bestias y continuar la búsqueda de manera más eficiente y organizada. Pero al final acordaron que la palabra final la tendrían las gentes del lugar.
Por fin un atisbo de esperanza.
Conforme avanzaban, el terreno se volvía cada vez más pedregoso y ascendente, contrastando con las planicies suaves por las que habían estado transitando con anterioridad. Un gigante fantasmagórico se imponía en el horizonte, envuelto en nubes y nieve. Estaban aproximándose a las Montañas del Trueno.
Desde la noticia de la mañana anterior, habían cubierto una gran distancia increíblemente  rápido, extasiados por encontrar un lugar en donde el terror del embate de las bestias lobunas no hubiese llegado aun. Pero, al mismo tiempo, estaban cansados. Al llegar la media tarde, la caravana decidió detenerse y emplazar el campamento, para poder descansar. Mientras, Lord Phineas y un par de sus guardias se dirigían a la esperada villa, que estaba a la vista, con el fin de presentarse y solicitar su ayuda y cooperación. Laregmir y Jornam se quedaron a cuidar a los refugiados. Fue así como los tres jinetes cabalgaron en dirección al sol, esperando encontrar nuevos aliados.

-- ¡Tres jinetes con armadura se acercan por el este!—grito el vigía del pueblo, un joven desgarbado y de enmarañado cabello de paja— ¡Lideran una caravana de quinientas almas y llevan estandartes de Valkaria!
Alertada por el aviso, una figura surgió de la oscuridad de la caseta de guardia, a unos cuantos metros de distancia. Un anciano fornido de largos cabellos plateados trenzados prolijamente camino en dirección a la atalaya del vigía, una arcaica estructura de troncos y soga. Sus brazos estaban descubiertos, a pesar del gélido viento, mostrando las cicatrices de innumerables batallas. En su mano derecha cargaba con un cuerno lleno de cerveza.
--Solo los emisarios traspasaran estos muros. No vamos a hospedar a una horda de extraños sin conocer sus intenciones
-- Así lo haré, mi capitán.
Y con esta afirmación, el joven vigilante  se deslizó por la escalerilla de la torre y corrió a quitar las travas que aseguraban las robustas puertas de la aldea. Admiraba a ese anciano, y no solo por ser un curtido veterano de los Caballeros Rojos de Valkaria. El había sido la calve de la supervivencia de todos aquellos dentro de los muros.
El pesado barral de madera de “quiebra-hachas” estaba algo hinchado, por lo que le fue algo trabajoso el quitarlo de sus soportes de hierro, pero al fin logro hacerlo caer sobre el húmedo y helado suelo, casi sobre su pie.
Quejándose guturalmente, las puertas se resignaron a abrirse, dejando ver a los tres jinetes de manchadas armaduras y túnicas raídas. Debajo de las manchas de sangre y barro de sus ropajes, se distinguía vagamente un grifo rojo en un fondo que antaño había sido dorado. Tenían rostros cansados y las barbas crecidas, y sus caballos también presentaban las marcas de la batalla y el viaje. No parecían una amenaza inmediata.
Antes que pudiese volver a su posición, el joven de cabellos de paja fue empujado por una firme y callosa mano que casi lo hace caer. Su capitán hablaría con los extranjeros.
El viejo veterano se planto con los brazos cruzados con gesto desafiante ante los jinetes, que desmontaron presurosamente. No le alegraba para nada volver a ver a soldados de Valkaria.
-- Saludos, mis señores—ni siquiera hubiéndolo intentado, aquel hombre de cabeza argenta hubiese podido disimular su burla despectiva--. ¿Que es lo que hace un honorable grupo de guerreros del lejano Mildangil en estos poco acogedores paramos?
Lord Phineas no se dio por aludido frente a estas burlas. Si no fuese por la misión que tenia sobre sus hombros, hubiera degollado a aquel que osó a ir en contra de su honor y el de sus tierras.  Pero por el bien de su gente y la de este hombre, debía mantener la calma.
Odiaba tener que someterse ante cualquiera que no fuera el Rey Vladiar.
-- Hemos sido enviados a auxiliar a las gentes de las colonias del Páramo de Oessel por orden del supremo rey de Valkaria, Vladiar Luz de Luna. Estamos deambulando por estas tierras acogiendo a los supervivientes de las incursiones orcas bajo nuestra protección—dijo señalando a la Caravana de los Hambrientos, allá a lo lejos--. Nos preguntábamos si vosotros, nobles gentes de este poblado, podrían brindarnos alojamiento y, en caso que lo consideren oportuno, unirse a nuestra caravana.
--¡Ja! Yo no escucho propuestas de mentirosos ni de quienes no me dicen su nombre, pero si eres de Midlangil, seguro eres uno de los Hijo del buen Darius Goldfill.
--Si, en efecto soy su quin…
--No me importa eso ahora. Ya te dije que no confío en los mentirosos.
Sorprendidos, los tres emisarios se miraron entre si. Los dos soldados de escolta no podían creer que alguien se atreviese a hablarle así a su señor. Pero finalmente Lord Goldfill se atrevió a proseguir con aquel accidentado encuentro.
-- Pero, ¿por que? ¿Cual es la razón para no ser dignos de vuestra confianza y auxilio?—ya habían llegado el punto critico de la paciencia de Phineas—Exijo saberlo. No te he asesinado aun porque el destino de nuestro grupo depende de ustedes y el de ustedes de nosotros.
-- Entonces deberías haberlo pensado mejor antes de mentirme. —y esta vez, no refreno su sonrisa irónica.
Acto seguido, emitió un bramido tan fiero como nunca había escuchado, algo que sonaba como “los premios”. Pocos segundos mas tarde, aparecieron un par de muchachos, uno de ellos el vigía del pueblo, cargando con un saco de tela ensangrentado. Con una reverencia, lo dejaron a los pies de su líder, volviendo a sus ocupaciones.
El viejo pateó la bolsa, haciendo que su contenido rodara frente a los emisarios de la caravana, que no podían creer lo que tenían frente a sus ojos.
--Ocho soldados riak y tres Colmillos de Sangre, todos de hace dos noches. A los orcos los tiramos por un barranco, pero deben de haber sido alrededor de cien o ciento veinte—con su pesada bota aplasto la cabeza de uno de los seres lobunos, dejando fluir su cerebro en descomposición--. Si nos hubieran dicho la verdad desde el principio, los hubiéramos escuchado.
Uno de los guardias de Lord Phineas, que había permanecido observando al anciano atentamente, no se sorprendió demasiado ante esta macabra exhibición. Creía tener una pista sobre la identidad de este hombre, y no dudaba que podían confiar plenamente en él.
Tímidamente, por fin, le dirigió la palabra.
--Disculpe mi atrevimiento, gran señor, pero me preguntaba si no seria demasiado pedir que nos permitiera ver el tatuaje de su pecho.
Ahora el sorprendido era el viejo guerrero. Nunca hubiese esperado que un simple soldado le formulase tal petición alguna vez. Pero ya no poseía el rango que antaño ostentaba, cuando era joven y sediento de gloria.
No respondió al soldado, pero se desabrocho su chaleco de cabra, dejando ver un extraño tatuaje rojo y negro, con forma romboidal. Era el antiguo emblema de Valkaria, y símbolo de los Caballeros Rojos.
Otra vez, ahora pasmado, el soldado exclamo con un tono mas apropiado para un niño pequeño, extasiado por la confirmación de sus sospechas.
--¡Usted es Batair Delmor, el Hacha de Fuego de los Caballeros Rojos. Mi padre me contaba sobre sus hazañas junto al rey Vladiar y sus compañeros de aventura durante la guerra.
Prefiero que no hagas referencia a eso. Estoy retirado y deje la guerra atrás hace mucho tiempo. O al menos eso pensaba hasta hace unas cuantas semanas.
El soldado parecía un niño pequeño que se había topado con un héroe de leyenda, y así era.
Cuando era pequeño, su padre, también soldado de profesión, le había narrado historias sobre aquel temible guerrero. Se decía que había enfrentado a un centenar de orcos el solo para permitir escapar a sus hombres y que habría salvado al rey Vladiar, príncipe por aquellos días, de las garras de la muerte numerosas veces. Algunos incluso llegaban a afirmar que por sus venas corría la sangre de un gigante, o del mismísimo Valkarn, el primer señor de Valkaria.
Incluso Phineas estaba sorprendido ante la identidad del anciano, que pensaba muerto hacia décadas. Y conocía su verdadera historia, incluso más impresionante que las cantadas por los bardos.
Pasaron unos minutos de silencio total, nacidos del asombro y la admiración, minutos que hacían que el gran Batair se aburriera y sintiera algo de lastima por Lord Goldfil y sus hombres. Parecían estúpidos, si, pero si habían logrado sobrevivir hasta este momento, debía ser por alguna razón. Tal vez por algún combatiente especialmente habilidoso o astuto.
--  Los acogeré bajo nuestra protección por un tiempo—por fin dijo el antiguo caballero rojo, y una sonrisa se dibujo en su rostro--, solo si su mejor luchador tiene un duelo conmigo.
Lord Phineas sintió cierta preocupación. No sabia si alguno de sus hombres podría suponer un reto suficiente para aquel guerrero curtido en mil batallas. Y tampoco podía prescindir de ninguna de las espadas a su disposición.
-- Poderoso Batair Delmorn—su voz todavía era temblorosa--¿acaso estas proponiendo un combate a muerte?
-- ¡Ja! Por supuesto que no. Solo quiero probar que tan fuerte pueden morder ustedes—y estas palabras parecieron calmar un poco a los emisarios de la Caravana--. Ahora, manda a buscar a tu campeón. Y mientras tanto, puedes disfrutar un poco de mi hospitalidad.

El atardecer se cernía sobre ellos cuando divisaron a un jinete aproximarse desde la aldea fortificada. Jornam estaba caminando con su hija, tratando de calmar sus preocupaciones, cuando lo vieron llegar.
Cuando llego hasta los dos Harmond, el jinete desmonto apresuradamete, jadeando tanto como su caballo.
--Señor Jornam—dijo el soldado--, necesitamos a su amigo, Laregmir.
Jornam se sorprendio ante esto ¿Para que necesitaban a su hermano del alma? No se iva a quedar con la incognita, por lo que interrogo al mensajero, mientras su hoja los mirava un tanto atonita.
--El señor de la adea decea tener un duelo con nuestro mejor luchador—solto el soldado después de un brusco interrogatorio—. Solo asi nos dejara acapar junto a sus murallas y nos brindara comida y proteccion por un tiempo.
La palabra “duelo” habia salido disparada como una flecha, una flecha que se incrusto hiriente en el corazon de Danna. Y subitamente cayo de rodillas ante la pesada carga de este nuevi pesar.
--¡ No dejes que lo lastimen!—grito entre sollozos-- ¡por favor papa!¡no a Laregmir!
-- No parece quedar otra alternativa, hija mia—Jornam la miraba con ojos confusos. El tambien estaba asustado, pero confiaba en su amigo--. Ademas, sabes que es capas de cuidarse solo.
Todos sabian que podia cuidarse solo. En toda la carabana corria el rumor sobre lo actesido en las ruinas, de cómo habia luchado contra tres de esos “hombres lobo” el solo, mientras protegia a un Jornam Harmond cansado y herido. Sin dudas era el luchador mas diestro de toda la Carabana de los Hambrientos.
Sin otra opcion en mente, fue a buscar a Laregmir junto al soldado (un tal Wilm), dejando a su hija sola tras su velo de lagrimas.
Pronto lo encontraron.
Despues de reponerse de sus heridas, el “Hijo del Cazador” se mantenia ocupado adiestrando a los refugiados en las artes del combate y el asecho. Si bien no era un experto batidor, si conosia los rudimentos  basicos de la lucha, asi como tacticas de emboscada que solia utilizar durante sus cacerias. Afortunadamente, muchos de sus alumnos ya habian cazado alguna vez en su vida, y aprendian con facilidad sus lecciones. Cuando Jornam y Wilm llegaron, estaba ocupado explicando algunas paradas que habia apredido en su vieja aldea. Cada hombre en pie debia ser un combatiente competente.
-- ¡Viejo Gris! – Llamo Jornam— Rojo te necesita alla en la aldea.
Ante el sonido de la voz de su amigo, el hombre de cabellorenegrido y piel palida solto el baston que usaba a modo de espada. Su su rostro estaba cubierto de sudor y lodo, y sus ropas estaban sucias y sapicadas por algunas gotas de sangre fresca. Para él, el entrenamiento era asunto de vida o muerte, mas desde el incidente de las ruinas.
Con paso veloz, se aproximo a los recien llegados, saludando con un gesto de la mano. Extrañamente, parecia alegre, o al menos tanto como se lo permitia su severo rostro.
-- ¿Qué es lo que sucede? ¿Buenas noticias?



(Capitulo en progreso)

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