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Las garras de grifo
“Hay otro
pueblo mas adelante, con empalizada, ¡y no ha sido atacado todavía!”. Esto fue
lo primero que escucharon aquella mañana de las últimas semanas del invierno.
Era la primera buena noticia que tenían desde hacia mucho tiempo, si es que no
era la primera. Por fin podrían reabastecerse y advertir a los pobladores del
peligro que los asechaba en las noches. Además, según los exploradores de la
vanguardia, solo estaban a un día de viaje, si marchaban con paso forzado.
Animada por
esta noticia, la Caravana
de los Hambrientos marchaba por las extensas planicies del Páramo. Hacían ya
casi tres semanas desde la batalla en las ruinas y no se había encontrado señal
alguna del enemigo. Solo tropezaron con un poblado que había sido atacado hacia
bastante, a juzgar por el grado de descomposición de los cadáveres, pero en
donde encontraron una generosa cantidad de provisiones, especialmente barriles
de conservas de carne y cerveza. La suerte estaba de su lado, al menos por
ahora.
Caminando
juntos, estaban Laregmir, Jornam y Lord Phineas Goldfil.
Desde el
momento en que recibieron la noticia de un poblado intacto cerca, y de tales
características, no habían dejado de discutir las nuevas posibilidades que se
les presentaban. Si bien lo mas prudente era aprovisionarse y luego partir, ya
no a deambular, si no a Puerto Orco, la oportunidad de establecer una plaza
fuerte en aquel lugar era también algo tentador. Desde allí podrían resistir el
embate de las bestias y continuar la búsqueda de manera más eficiente y
organizada. Pero al final acordaron que la palabra final la tendrían las gentes
del lugar.
Por fin un
atisbo de esperanza.
Conforme avanzaban,
el terreno se volvía cada vez más pedregoso y ascendente, contrastando con las
planicies suaves por las que habían estado transitando con anterioridad. Un
gigante fantasmagórico se imponía en el horizonte, envuelto en nubes y nieve.
Estaban aproximándose a las Montañas del Trueno.
Desde la
noticia de la mañana anterior, habían cubierto una gran distancia
increíblemente rápido, extasiados por
encontrar un lugar en donde el terror del embate de las bestias lobunas no
hubiese llegado aun. Pero, al mismo tiempo, estaban cansados. Al llegar la
media tarde, la caravana decidió detenerse y emplazar el campamento, para poder
descansar. Mientras, Lord Phineas y un par de sus guardias se dirigían a la
esperada villa, que estaba a la vista, con el fin de presentarse y solicitar su
ayuda y cooperación. Laregmir y Jornam se quedaron a cuidar a los refugiados.
Fue así como los tres jinetes cabalgaron en dirección al sol, esperando
encontrar nuevos aliados.
-- ¡Tres
jinetes con armadura se acercan por el este!—grito el vigía del pueblo, un
joven desgarbado y de enmarañado cabello de paja— ¡Lideran una caravana de
quinientas almas y llevan estandartes de Valkaria!
Alertada por
el aviso, una figura surgió de la oscuridad de la caseta de guardia, a unos
cuantos metros de distancia. Un anciano fornido de largos cabellos plateados
trenzados prolijamente camino en dirección a la atalaya del vigía, una arcaica
estructura de troncos y soga. Sus brazos estaban descubiertos, a pesar del
gélido viento, mostrando las cicatrices de innumerables batallas. En su mano
derecha cargaba con un cuerno lleno de cerveza.
--Solo los
emisarios traspasaran estos muros. No vamos a hospedar a una horda de extraños
sin conocer sus intenciones
-- Así lo
haré, mi capitán.
Y con esta
afirmación, el joven vigilante se
deslizó por la escalerilla de la torre y corrió a quitar las travas que
aseguraban las robustas puertas de la aldea. Admiraba a ese anciano, y no solo
por ser un curtido veterano de los Caballeros Rojos de Valkaria. El había sido
la calve de la supervivencia de todos aquellos dentro de los muros.
El pesado
barral de madera de “quiebra-hachas” estaba algo hinchado, por lo que le fue
algo trabajoso el quitarlo de sus soportes de hierro, pero al fin logro hacerlo
caer sobre el húmedo y helado suelo, casi sobre su pie.
Quejándose
guturalmente, las puertas se resignaron a abrirse, dejando ver a los tres
jinetes de manchadas armaduras y túnicas raídas. Debajo de las manchas de
sangre y barro de sus ropajes, se distinguía vagamente un grifo rojo en un
fondo que antaño había sido dorado. Tenían rostros cansados y las barbas
crecidas, y sus caballos también presentaban las marcas de la batalla y el
viaje. No parecían una amenaza inmediata.
Antes que
pudiese volver a su posición, el joven de cabellos de paja fue empujado por una
firme y callosa mano que casi lo hace caer. Su capitán hablaría con los
extranjeros.
El viejo
veterano se planto con los brazos cruzados con gesto desafiante ante los
jinetes, que desmontaron presurosamente. No le alegraba para nada volver a ver
a soldados de Valkaria.
-- Saludos,
mis señores—ni siquiera hubiéndolo intentado, aquel hombre de cabeza argenta
hubiese podido disimular su burla despectiva--. ¿Que es lo que hace un
honorable grupo de guerreros del lejano Mildangil en estos poco acogedores
paramos?
Lord Phineas
no se dio por aludido frente a estas burlas. Si no fuese por la misión que
tenia sobre sus hombros, hubiera degollado a aquel que osó a ir en contra de su
honor y el de sus tierras. Pero por el
bien de su gente y la de este hombre, debía mantener la calma.
Odiaba tener
que someterse ante cualquiera que no fuera el Rey Vladiar.
-- Hemos sido
enviados a auxiliar a las gentes de las colonias del Páramo de Oessel por orden
del supremo rey de Valkaria, Vladiar Luz de Luna. Estamos deambulando por estas
tierras acogiendo a los supervivientes de las incursiones orcas bajo nuestra
protección—dijo señalando a la Caravana de los Hambrientos, allá a lo lejos--.
Nos preguntábamos si vosotros, nobles gentes de este poblado, podrían
brindarnos alojamiento y, en caso que lo consideren oportuno, unirse a nuestra
caravana.
--¡Ja! Yo no
escucho propuestas de mentirosos ni de quienes no me dicen su nombre, pero si
eres de Midlangil, seguro eres uno de los Hijo del buen Darius Goldfill.
--Si, en
efecto soy su quin…
--No me
importa eso ahora. Ya te dije que no confío en los mentirosos.
Sorprendidos,
los tres emisarios se miraron entre si. Los dos soldados de escolta no podían
creer que alguien se atreviese a hablarle así a su señor. Pero finalmente Lord
Goldfill se atrevió a proseguir con aquel accidentado encuentro.
-- Pero, ¿por
que? ¿Cual es la razón para no ser dignos de vuestra confianza y auxilio?—ya
habían llegado el punto critico de la paciencia de Phineas—Exijo saberlo. No te
he asesinado aun porque el destino de nuestro grupo depende de ustedes y el de
ustedes de nosotros.
-- Entonces
deberías haberlo pensado mejor antes de mentirme. —y esta vez, no refreno su
sonrisa irónica.
Acto seguido,
emitió un bramido tan fiero como nunca había escuchado, algo que sonaba como
“los premios”. Pocos segundos mas tarde, aparecieron un par de muchachos, uno
de ellos el vigía del pueblo, cargando con un saco de tela ensangrentado. Con
una reverencia, lo dejaron a los pies de su líder, volviendo a sus ocupaciones.
El viejo pateó
la bolsa, haciendo que su contenido rodara frente a los emisarios de la
caravana, que no podían creer lo que tenían frente a sus ojos.
--Ocho
soldados riak y tres Colmillos de Sangre, todos de hace dos noches. A los orcos
los tiramos por un barranco, pero deben de haber sido alrededor de cien o
ciento veinte—con su pesada bota aplasto la cabeza de uno de los seres lobunos,
dejando fluir su cerebro en descomposición--. Si nos hubieran dicho la verdad
desde el principio, los hubiéramos escuchado.
Uno de los
guardias de Lord Phineas, que había permanecido observando al anciano
atentamente, no se sorprendió demasiado ante esta macabra exhibición. Creía
tener una pista sobre la identidad de este hombre, y no dudaba que podían
confiar plenamente en él.
Tímidamente,
por fin, le dirigió la palabra.
--Disculpe mi
atrevimiento, gran señor, pero me preguntaba si no seria demasiado pedir que
nos permitiera ver el tatuaje de su pecho.
Ahora el
sorprendido era el viejo guerrero. Nunca hubiese esperado que un simple soldado
le formulase tal petición alguna vez. Pero ya no poseía el rango que antaño
ostentaba, cuando era joven y sediento de gloria.
No respondió
al soldado, pero se desabrocho su chaleco de cabra, dejando ver un extraño tatuaje
rojo y negro, con forma romboidal. Era el antiguo emblema de Valkaria, y
símbolo de los Caballeros Rojos.
Otra vez,
ahora pasmado, el soldado exclamo con un tono mas apropiado para un niño
pequeño, extasiado por la confirmación de sus sospechas.
--¡Usted es
Batair Delmor, el Hacha de Fuego de
los Caballeros Rojos. Mi padre me contaba sobre sus hazañas junto al rey
Vladiar y sus compañeros de aventura durante la guerra.
Prefiero que
no hagas referencia a eso. Estoy retirado y deje la guerra atrás hace mucho
tiempo. O al menos eso pensaba hasta hace unas cuantas semanas.
El soldado
parecía un niño pequeño que se había topado con un héroe de leyenda, y así era.
Cuando era
pequeño, su padre, también soldado de profesión, le había narrado historias
sobre aquel temible guerrero. Se decía que había enfrentado a un centenar de
orcos el solo para permitir escapar a sus hombres y que habría salvado al rey
Vladiar, príncipe por aquellos días, de las garras de la muerte numerosas
veces. Algunos incluso llegaban a afirmar que por sus venas corría la sangre de
un gigante, o del mismísimo Valkarn, el primer señor de Valkaria.
Incluso
Phineas estaba sorprendido ante la identidad del anciano, que pensaba muerto
hacia décadas. Y conocía su verdadera historia, incluso más impresionante que
las cantadas por los bardos.
Pasaron unos
minutos de silencio total, nacidos del asombro y la admiración, minutos que
hacían que el gran Batair se aburriera y sintiera algo de lastima por Lord
Goldfil y sus hombres. Parecían estúpidos, si, pero si habían logrado
sobrevivir hasta este momento, debía ser por alguna razón. Tal vez por algún
combatiente especialmente habilidoso o astuto.
-- Los acogeré bajo nuestra protección por un
tiempo—por fin dijo el antiguo caballero rojo, y una sonrisa se dibujo en su
rostro--, solo si su mejor luchador tiene un duelo conmigo.
Lord Phineas
sintió cierta preocupación. No sabia si alguno de sus hombres podría suponer un
reto suficiente para aquel guerrero curtido en mil batallas. Y tampoco podía
prescindir de ninguna de las espadas a su disposición.
-- Poderoso
Batair Delmorn—su voz todavía era temblorosa--¿acaso estas proponiendo un
combate a muerte?
-- ¡Ja! Por
supuesto que no. Solo quiero probar que tan fuerte pueden morder ustedes—y
estas palabras parecieron calmar un poco a los emisarios de la Caravana--.
Ahora, manda a buscar a tu campeón. Y mientras tanto, puedes disfrutar un poco
de mi hospitalidad.
El atardecer
se cernía sobre ellos cuando divisaron a un jinete aproximarse desde la aldea
fortificada. Jornam estaba caminando con su hija, tratando de calmar sus
preocupaciones, cuando lo vieron llegar.
Cuando llego
hasta los dos Harmond, el jinete desmonto apresuradamete, jadeando tanto como
su caballo.
--Señor
Jornam—dijo el soldado--, necesitamos a su amigo, Laregmir.
Jornam se
sorprendio ante esto ¿Para que necesitaban a su hermano del alma? No se iva a
quedar con la incognita, por lo que interrogo al mensajero, mientras su hoja
los mirava un tanto atonita.
--El señor de
la adea decea tener un duelo con nuestro mejor luchador—solto el soldado
después de un brusco interrogatorio—. Solo asi nos dejara acapar junto a sus
murallas y nos brindara comida y proteccion por un tiempo.
La palabra
“duelo” habia salido disparada como una flecha, una flecha que se incrusto
hiriente en el corazon de Danna. Y subitamente cayo de rodillas ante la pesada
carga de este nuevi pesar.
--¡ No dejes
que lo lastimen!—grito entre sollozos-- ¡por favor papa!¡no a Laregmir!
-- No parece
quedar otra alternativa, hija mia—Jornam la miraba con ojos confusos. El
tambien estaba asustado, pero confiaba en su amigo--. Ademas, sabes que es
capas de cuidarse solo.
Todos sabian
que podia cuidarse solo. En toda la carabana corria el rumor sobre lo actesido
en las ruinas, de cómo habia luchado contra tres de esos “hombres lobo” el
solo, mientras protegia a un Jornam Harmond cansado y herido. Sin dudas era el
luchador mas diestro de toda la Carabana de los Hambrientos.
Sin otra
opcion en mente, fue a buscar a Laregmir junto al soldado (un tal Wilm),
dejando a su hija sola tras su velo de lagrimas.
Pronto lo
encontraron.
Despues de
reponerse de sus heridas, el “Hijo del Cazador” se mantenia ocupado adiestrando
a los refugiados en las artes del combate y el asecho. Si bien no era un
experto batidor, si conosia los rudimentos
basicos de la lucha, asi como tacticas de emboscada que solia utilizar
durante sus cacerias. Afortunadamente, muchos de sus alumnos ya habian cazado
alguna vez en su vida, y aprendian con facilidad sus lecciones. Cuando Jornam y
Wilm llegaron, estaba ocupado explicando algunas paradas que habia apredido en
su vieja aldea. Cada hombre en pie debia ser un combatiente competente.
-- ¡Viejo
Gris! – Llamo Jornam— Rojo te necesita alla en la aldea.
Ante el sonido
de la voz de su amigo, el hombre de cabellorenegrido y piel palida solto el
baston que usaba a modo de espada. Su su rostro estaba cubierto de sudor y
lodo, y sus ropas estaban sucias y sapicadas por algunas gotas de sangre
fresca. Para él, el entrenamiento era asunto de vida o muerte, mas desde el
incidente de las ruinas.
Con paso
veloz, se aproximo a los recien llegados, saludando con un gesto de la mano.
Extrañamente, parecia alegre, o al menos tanto como se lo permitia su severo
rostro.
-- ¿Qué es lo
que sucede? ¿Buenas noticias?
(Capitulo en progreso)