domingo, 23 de octubre de 2016

Capitulo 4



4


Las garras de grifo




“Hay otro pueblo mas adelante, con empalizada, ¡y no ha sido atacado todavía!”. Esto fue lo primero que escucharon aquella mañana de las últimas semanas del invierno. Era la primera buena noticia que tenían desde hacia mucho tiempo, si es que no era la primera. Por fin podrían reabastecerse y advertir a los pobladores del peligro que los asechaba en las noches. Además, según los exploradores de la vanguardia, solo estaban a un día de viaje, si marchaban con paso forzado.
Animada por esta noticia, la Caravana de los Hambrientos marchaba por las extensas planicies del Páramo. Hacían ya casi tres semanas desde la batalla en las ruinas y no se había encontrado señal alguna del enemigo. Solo tropezaron con un poblado que había sido atacado hacia bastante, a juzgar por el grado de descomposición de los cadáveres, pero en donde encontraron una generosa cantidad de provisiones, especialmente barriles de conservas de carne y cerveza. La suerte estaba de su lado, al menos por ahora.
Caminando juntos, estaban Laregmir, Jornam y Lord Phineas Goldfil.
Desde el momento en que recibieron la noticia de un poblado intacto cerca, y de tales características, no habían dejado de discutir las nuevas posibilidades que se les presentaban. Si bien lo mas prudente era aprovisionarse y luego partir, ya no a deambular, si no a Puerto Orco, la oportunidad de establecer una plaza fuerte en aquel lugar era también algo tentador. Desde allí podrían resistir el embate de las bestias y continuar la búsqueda de manera más eficiente y organizada. Pero al final acordaron que la palabra final la tendrían las gentes del lugar.
Por fin un atisbo de esperanza.
Conforme avanzaban, el terreno se volvía cada vez más pedregoso y ascendente, contrastando con las planicies suaves por las que habían estado transitando con anterioridad. Un gigante fantasmagórico se imponía en el horizonte, envuelto en nubes y nieve. Estaban aproximándose a las Montañas del Trueno.
Desde la noticia de la mañana anterior, habían cubierto una gran distancia increíblemente  rápido, extasiados por encontrar un lugar en donde el terror del embate de las bestias lobunas no hubiese llegado aun. Pero, al mismo tiempo, estaban cansados. Al llegar la media tarde, la caravana decidió detenerse y emplazar el campamento, para poder descansar. Mientras, Lord Phineas y un par de sus guardias se dirigían a la esperada villa, que estaba a la vista, con el fin de presentarse y solicitar su ayuda y cooperación. Laregmir y Jornam se quedaron a cuidar a los refugiados. Fue así como los tres jinetes cabalgaron en dirección al sol, esperando encontrar nuevos aliados.

-- ¡Tres jinetes con armadura se acercan por el este!—grito el vigía del pueblo, un joven desgarbado y de enmarañado cabello de paja— ¡Lideran una caravana de quinientas almas y llevan estandartes de Valkaria!
Alertada por el aviso, una figura surgió de la oscuridad de la caseta de guardia, a unos cuantos metros de distancia. Un anciano fornido de largos cabellos plateados trenzados prolijamente camino en dirección a la atalaya del vigía, una arcaica estructura de troncos y soga. Sus brazos estaban descubiertos, a pesar del gélido viento, mostrando las cicatrices de innumerables batallas. En su mano derecha cargaba con un cuerno lleno de cerveza.
--Solo los emisarios traspasaran estos muros. No vamos a hospedar a una horda de extraños sin conocer sus intenciones
-- Así lo haré, mi capitán.
Y con esta afirmación, el joven vigilante  se deslizó por la escalerilla de la torre y corrió a quitar las travas que aseguraban las robustas puertas de la aldea. Admiraba a ese anciano, y no solo por ser un curtido veterano de los Caballeros Rojos de Valkaria. El había sido la calve de la supervivencia de todos aquellos dentro de los muros.
El pesado barral de madera de “quiebra-hachas” estaba algo hinchado, por lo que le fue algo trabajoso el quitarlo de sus soportes de hierro, pero al fin logro hacerlo caer sobre el húmedo y helado suelo, casi sobre su pie.
Quejándose guturalmente, las puertas se resignaron a abrirse, dejando ver a los tres jinetes de manchadas armaduras y túnicas raídas. Debajo de las manchas de sangre y barro de sus ropajes, se distinguía vagamente un grifo rojo en un fondo que antaño había sido dorado. Tenían rostros cansados y las barbas crecidas, y sus caballos también presentaban las marcas de la batalla y el viaje. No parecían una amenaza inmediata.
Antes que pudiese volver a su posición, el joven de cabellos de paja fue empujado por una firme y callosa mano que casi lo hace caer. Su capitán hablaría con los extranjeros.
El viejo veterano se planto con los brazos cruzados con gesto desafiante ante los jinetes, que desmontaron presurosamente. No le alegraba para nada volver a ver a soldados de Valkaria.
-- Saludos, mis señores—ni siquiera hubiéndolo intentado, aquel hombre de cabeza argenta hubiese podido disimular su burla despectiva--. ¿Que es lo que hace un honorable grupo de guerreros del lejano Mildangil en estos poco acogedores paramos?
Lord Phineas no se dio por aludido frente a estas burlas. Si no fuese por la misión que tenia sobre sus hombros, hubiera degollado a aquel que osó a ir en contra de su honor y el de sus tierras.  Pero por el bien de su gente y la de este hombre, debía mantener la calma.
Odiaba tener que someterse ante cualquiera que no fuera el Rey Vladiar.
-- Hemos sido enviados a auxiliar a las gentes de las colonias del Páramo de Oessel por orden del supremo rey de Valkaria, Vladiar Luz de Luna. Estamos deambulando por estas tierras acogiendo a los supervivientes de las incursiones orcas bajo nuestra protección—dijo señalando a la Caravana de los Hambrientos, allá a lo lejos--. Nos preguntábamos si vosotros, nobles gentes de este poblado, podrían brindarnos alojamiento y, en caso que lo consideren oportuno, unirse a nuestra caravana.
--¡Ja! Yo no escucho propuestas de mentirosos ni de quienes no me dicen su nombre, pero si eres de Midlangil, seguro eres uno de los Hijo del buen Darius Goldfill.
--Si, en efecto soy su quin…
--No me importa eso ahora. Ya te dije que no confío en los mentirosos.
Sorprendidos, los tres emisarios se miraron entre si. Los dos soldados de escolta no podían creer que alguien se atreviese a hablarle así a su señor. Pero finalmente Lord Goldfill se atrevió a proseguir con aquel accidentado encuentro.
-- Pero, ¿por que? ¿Cual es la razón para no ser dignos de vuestra confianza y auxilio?—ya habían llegado el punto critico de la paciencia de Phineas—Exijo saberlo. No te he asesinado aun porque el destino de nuestro grupo depende de ustedes y el de ustedes de nosotros.
-- Entonces deberías haberlo pensado mejor antes de mentirme. —y esta vez, no refreno su sonrisa irónica.
Acto seguido, emitió un bramido tan fiero como nunca había escuchado, algo que sonaba como “los premios”. Pocos segundos mas tarde, aparecieron un par de muchachos, uno de ellos el vigía del pueblo, cargando con un saco de tela ensangrentado. Con una reverencia, lo dejaron a los pies de su líder, volviendo a sus ocupaciones.
El viejo pateó la bolsa, haciendo que su contenido rodara frente a los emisarios de la caravana, que no podían creer lo que tenían frente a sus ojos.
--Ocho soldados riak y tres Colmillos de Sangre, todos de hace dos noches. A los orcos los tiramos por un barranco, pero deben de haber sido alrededor de cien o ciento veinte—con su pesada bota aplasto la cabeza de uno de los seres lobunos, dejando fluir su cerebro en descomposición--. Si nos hubieran dicho la verdad desde el principio, los hubiéramos escuchado.
Uno de los guardias de Lord Phineas, que había permanecido observando al anciano atentamente, no se sorprendió demasiado ante esta macabra exhibición. Creía tener una pista sobre la identidad de este hombre, y no dudaba que podían confiar plenamente en él.
Tímidamente, por fin, le dirigió la palabra.
--Disculpe mi atrevimiento, gran señor, pero me preguntaba si no seria demasiado pedir que nos permitiera ver el tatuaje de su pecho.
Ahora el sorprendido era el viejo guerrero. Nunca hubiese esperado que un simple soldado le formulase tal petición alguna vez. Pero ya no poseía el rango que antaño ostentaba, cuando era joven y sediento de gloria.
No respondió al soldado, pero se desabrocho su chaleco de cabra, dejando ver un extraño tatuaje rojo y negro, con forma romboidal. Era el antiguo emblema de Valkaria, y símbolo de los Caballeros Rojos.
Otra vez, ahora pasmado, el soldado exclamo con un tono mas apropiado para un niño pequeño, extasiado por la confirmación de sus sospechas.
--¡Usted es Batair Delmor, el Hacha de Fuego de los Caballeros Rojos. Mi padre me contaba sobre sus hazañas junto al rey Vladiar y sus compañeros de aventura durante la guerra.
Prefiero que no hagas referencia a eso. Estoy retirado y deje la guerra atrás hace mucho tiempo. O al menos eso pensaba hasta hace unas cuantas semanas.
El soldado parecía un niño pequeño que se había topado con un héroe de leyenda, y así era.
Cuando era pequeño, su padre, también soldado de profesión, le había narrado historias sobre aquel temible guerrero. Se decía que había enfrentado a un centenar de orcos el solo para permitir escapar a sus hombres y que habría salvado al rey Vladiar, príncipe por aquellos días, de las garras de la muerte numerosas veces. Algunos incluso llegaban a afirmar que por sus venas corría la sangre de un gigante, o del mismísimo Valkarn, el primer señor de Valkaria.
Incluso Phineas estaba sorprendido ante la identidad del anciano, que pensaba muerto hacia décadas. Y conocía su verdadera historia, incluso más impresionante que las cantadas por los bardos.
Pasaron unos minutos de silencio total, nacidos del asombro y la admiración, minutos que hacían que el gran Batair se aburriera y sintiera algo de lastima por Lord Goldfil y sus hombres. Parecían estúpidos, si, pero si habían logrado sobrevivir hasta este momento, debía ser por alguna razón. Tal vez por algún combatiente especialmente habilidoso o astuto.
--  Los acogeré bajo nuestra protección por un tiempo—por fin dijo el antiguo caballero rojo, y una sonrisa se dibujo en su rostro--, solo si su mejor luchador tiene un duelo conmigo.
Lord Phineas sintió cierta preocupación. No sabia si alguno de sus hombres podría suponer un reto suficiente para aquel guerrero curtido en mil batallas. Y tampoco podía prescindir de ninguna de las espadas a su disposición.
-- Poderoso Batair Delmorn—su voz todavía era temblorosa--¿acaso estas proponiendo un combate a muerte?
-- ¡Ja! Por supuesto que no. Solo quiero probar que tan fuerte pueden morder ustedes—y estas palabras parecieron calmar un poco a los emisarios de la Caravana--. Ahora, manda a buscar a tu campeón. Y mientras tanto, puedes disfrutar un poco de mi hospitalidad.

El atardecer se cernía sobre ellos cuando divisaron a un jinete aproximarse desde la aldea fortificada. Jornam estaba caminando con su hija, tratando de calmar sus preocupaciones, cuando lo vieron llegar.
Cuando llego hasta los dos Harmond, el jinete desmonto apresuradamete, jadeando tanto como su caballo.
--Señor Jornam—dijo el soldado--, necesitamos a su amigo, Laregmir.
Jornam se sorprendio ante esto ¿Para que necesitaban a su hermano del alma? No se iva a quedar con la incognita, por lo que interrogo al mensajero, mientras su hoja los mirava un tanto atonita.
--El señor de la adea decea tener un duelo con nuestro mejor luchador—solto el soldado después de un brusco interrogatorio—. Solo asi nos dejara acapar junto a sus murallas y nos brindara comida y proteccion por un tiempo.
La palabra “duelo” habia salido disparada como una flecha, una flecha que se incrusto hiriente en el corazon de Danna. Y subitamente cayo de rodillas ante la pesada carga de este nuevi pesar.
--¡ No dejes que lo lastimen!—grito entre sollozos-- ¡por favor papa!¡no a Laregmir!
-- No parece quedar otra alternativa, hija mia—Jornam la miraba con ojos confusos. El tambien estaba asustado, pero confiaba en su amigo--. Ademas, sabes que es capas de cuidarse solo.
Todos sabian que podia cuidarse solo. En toda la carabana corria el rumor sobre lo actesido en las ruinas, de cómo habia luchado contra tres de esos “hombres lobo” el solo, mientras protegia a un Jornam Harmond cansado y herido. Sin dudas era el luchador mas diestro de toda la Carabana de los Hambrientos.
Sin otra opcion en mente, fue a buscar a Laregmir junto al soldado (un tal Wilm), dejando a su hija sola tras su velo de lagrimas.
Pronto lo encontraron.
Despues de reponerse de sus heridas, el “Hijo del Cazador” se mantenia ocupado adiestrando a los refugiados en las artes del combate y el asecho. Si bien no era un experto batidor, si conosia los rudimentos  basicos de la lucha, asi como tacticas de emboscada que solia utilizar durante sus cacerias. Afortunadamente, muchos de sus alumnos ya habian cazado alguna vez en su vida, y aprendian con facilidad sus lecciones. Cuando Jornam y Wilm llegaron, estaba ocupado explicando algunas paradas que habia apredido en su vieja aldea. Cada hombre en pie debia ser un combatiente competente.
-- ¡Viejo Gris! – Llamo Jornam— Rojo te necesita alla en la aldea.
Ante el sonido de la voz de su amigo, el hombre de cabellorenegrido y piel palida solto el baston que usaba a modo de espada. Su su rostro estaba cubierto de sudor y lodo, y sus ropas estaban sucias y sapicadas por algunas gotas de sangre fresca. Para él, el entrenamiento era asunto de vida o muerte, mas desde el incidente de las ruinas.
Con paso veloz, se aproximo a los recien llegados, saludando con un gesto de la mano. Extrañamente, parecia alegre, o al menos tanto como se lo permitia su severo rostro.
-- ¿Qué es lo que sucede? ¿Buenas noticias?



(Capitulo en progreso)

Capitulo 3



3


La “Caravana de los Hambrientos”


Una mujer lloraba desconsolada al pie del trono. Estaba suplicando de un modo que hubiera destrozado el corazón de cualquiera, pero no el de él.
-- ¡Nurim! ¡no puedes hacerle esto!—la mujer gritaba entre sollozos, arrodillada y con la vista al suelo—no a nuestro Nangor.
Cuando pronuncio este nombre, levanto la vista, y sus ojos se encontraron con los de el: unos penetrantes ojos dorados lo miraron a través de aquella espesa mata de alborotado pelo blanco.
-- Sirlin, sabes que amo a Nangor, pero antes que padre, debo actuar como protector y rey de nuestra raza. Es mi hijo, tanto como tuyo, pero se ha vuelto una amenaza para nuestro pueblo. —lentamente, se irguió y extendió su mano a sus esposa. Las luces se volvieron mas intensas. El y ella eran seres extraños, sobrenaturalmente bellos y gráciles, ataviados con amplios y ligeros ropajes que dejaban entrever sus esbeltas figuras—espero que comprendas mi decisión.
--¿A caso crees que aceptare el que exilies a nuestro hijo a aquellas tinieblas?¿a aquellos parajes donde pululan los demonios y demás horrores?—en la voz de la reina Sirlin se apreciaba algo que ya no era tristeza, sino mas bien un odio profundo y sincero que la impulsó a erguirse frente a frente a su esposo— No, no lo aceptaré
-- ¡Pero le estoy perdonando la vida! ¿No lo ves?
--¡Lo condenas a un destino mucho peor que la muerte!—Sirlin estaba fuera de sí, pero pronto se calmo, como si una ventisca hubiera apagado el fuego que ardía en su interior, y su voz se volvió un susurro—Y es un destino al que lo acompañaré gustosa.
Dicho esto, dio media vuelta y caminó con paso firme a la salida de aquella cámara de piedra.
-- Recuerda, Nurim Hijo del Sol, si la maldición que padece mi hijo lo convierte en un riak, yo también seré una—y a continuación, cerro estrepitosamente las pesadas puertas de madera.

Sobresaltado, Laregmir despertó al fin de aquel extraño sueño. Su corazón latía violentamente encerrado en su pecho.
Con dificultad, trato de sentarse, pero se dio cuenta que su brazo derecho estaba vendado y entablillado. Estaba totalmente adolorido, cansado y confundido. Lo que había sucedido la noche anterior era totalmente desconocido para el; solo sabia que el aire apestaba a grasa ardiendo y a cerveza rancia.
A pocos metros, alguien gritó, una niña, por su voz. Parecía que estaba llamando a alguien, de manera desesperada, pero... ¿De donde había salido esta niña?¿acaso habían sobrevivido los que estaban en la cámara sellada? Estas interrogantes no le importaban ahora. Estaba adolorido y vivo.
Solo había logrado exhalar diez veces cuando escuchó unos pasos que se aproximaban hasta su posición. Eran pasos lentos y pesados, como los de alguien que no esta muy entusiasmado con la tarea que se le ha encomendado. No pudo ver de quien se trataba, pero el movimiento producía un extraño sonido metálico, como si estuviera vestido con una armadura de metal.
-- ¡Oh buena fortuna! – La voz del hombre era algo aguda y penetrante – parece que hay uno menos que quemar.
Habiendo dicho esto, se acercó al maltrecho cazador, hasta acuclillarse a su lado. Tenía un odre en cada mano.
-- elije, mi buen amigo de rostro elfoso. El agua, aunque se puede tomar, tiene sabor a pantano, y el vino, pues, no es de lo mejor, pero es lo que hay.
Laregmir, al darse cuenta que a duras penas podría emitir sonido alguno, solo señalo un odre al azar. Cualquier cosa serviría para humedecerle la garganta.
Lentamente, aquel líquido de repugnante sabor a barro y hojas muertas rozó sus labios y recorrió casi dolorosamente su reseca garganta. Una vez mas, con la ayuda del hombre de la armadura, bebio unos cuantos sorbos mas, sintiendose cada vez mas aliviado.
En este momento se sentía con suficientes fuerzas como para hablar, o al menos examinar, a su aparente salvador. Con algo de esfuerzo, logro erguirse un poco mas, hasta quedar sentado, con la espalda apoyada en un barril. Noto que el hombre de la armadura era más pequeño de lo que imaginaba.
Delgado y de aspecto insignificante, su rostro aparecia enmarcado por unos rizos de cabello rojizo. Sus rasgos eran como las de un niño, pero sus arrugas y fino y pulcro bigote desmentían su verdadera edad. No parecia un verdadero guerrero, sino uno de esos nobles de baja calaña que se embarcan en absurdas aventuras junto a su escolta con el unico fin de conseguir algo de oro y prestigio. Estaba cubierto por una pesada capa de piel de oso, que colgaba de sus hombros. Por encima de su armadura de escamas metálicas, vestia una fina tunica negra, bordada con un simbolo que llamo enormemente la atención de Laregmir.
--¿Que pasa? ¿Te gusta mi emblema?— el tono de la voz del hombre estaba teñida de una divertida y no muy bien disimulada burla -- ¿No te esperabas a un noble?  
Laregmir se dio cuenta que se habia quedado mirando fijamente al hipogrifo escarlata sobre el fondo dorado de la tunica de su interlocutor. Pero ¿un noble enviado desde la lejana Valkaria en los Paramos? No era algo que se acostumbrara a ver, siendo que, a pesar que las colonias del Paramo de Oessel eran parte de aquel reino, jamas habian estado bajo la proteccion y administración de la corona de Valkaria o de alguno de sus feudos. Tendria que actuar con cuidado para tratar de averiguar que estaba detrás de todo esto.
--Mis disculpas, mi señor, pero no es habitual ver fuerzas de la Alianza aquí en los Paramos.
-- Porque jamas hizo falta jeje—el pequeño noble parecia cada vez mas entretenido con la charla, y sabia hasta donde quería llegar el cazador--. Mira, tu pareces un tipo del que puedo hablar de estas cosas: estamos en guerra.
Tan directa afirmación no hizo mas que sacudir aun mas los alborotados pensamientos de Laregmir. Criaturas extrañas azotando los poblados del Paramo de Oessel, noticias de guerra, nada parecia tener mucho sentido.
O tal vez tuviese más sentido de lo que aparentaba. Esto seguramente estaba relacionado con las historias que su madre le habia contado sobre su padre, y con lo que había susedido aquella fatidica noche de hacia medio siglo.
-- Una guerra que ya lleva más de cincuenta años ¿no es verdad, mi señor?
-- ¡Excelente, excelente! ¡Sabes del tema! – la imagen del hombrecillo dando santos y aplaudiendo era absurda, hasta el punto de parecer grotesca, pero pronto se detuvo, controlando esa extraña euforia que lo habia invadido – Por fin tengo a alguien interesante para hablar, y no esos granjeros que solo saben de papas, y, respondiendo a tu pregunta, ya son casi sesenta años de conflicto.
Dicho esto, recogió el odre de vino que estaba en el suelo y se echó cómodamente al lado de Laregmir.
-- Soy Lord Phineas Goldfill, pero puedes llamarme Rojo – hizo una pausa para escupir – Bienvenido a la “Caravana de los Hambrientos”

Ya habían encendido una hoguera en medio de aquel circulo de carretas cuando el sol desapareció en el horizonte. Estaban cansados y con hambre, agradecidos por poder descansar al fin, luego de dos dias de marcha casi constante. Desde el dia del ataque de los seres lobunos a los aldeanos del pueblo de Laregmir, en las ruinas, no se habían detenido. Aparentemente, casi todos los integrantes de la expedición eran procedentes de poblados que habian sufrido en embate de las incursiones orcas lideradas por aquellos seres lobunos, y que habian sido ayudados por la pequeña tropa de Lord Goldfill.
Ahora se dedicaban a vagar por el extenso Paramo de Oessel en busca de sobrevivientes y suministros para poder continuar su tediosa tarea de rescate. En palabras de Lord Goldfill, la mision era “rescatar cualquier potencial soldado y a las mujeres que engendraran mas soldados para lo que se nos viene ensima”.
Pero al fin se pudieron permitir un bien merecido descanzo. El aroma de la carne asada se extendia por todo el campo, desplazando al humedo olor de la nieve y el frio. Y a pesar del peligro inminente que asechaba en las sombras del monte, el sonido de un par de laudes y la dulce voz de una mujer se elevaron al infinito, hasta la última estrella del expectante vacío.

En la luna de muerte nos vemos huyendo
¡Ay, mi hogar lejos ya esta!
La sombra asecha desde los bosques
¿Cuántos amigos deje atrás?

La sangre y el fuego corren en las granjas
¡Ay, mi hogar lejos ya esta!
Los lobos llegaron en esta noche
¿Cuántos amigos deje atrás?

Nos vemos corriendo en los paramos
Dejando nuestras villas en el pasado,
derramando lagrimas de odio,
viviremos en el recuerdo

En la luna de muerte nos vemos huyendo
¡Ay, mi hogar lejos ya esta!
La sombra asecha desde los bosques
¿Cuántos amigos deje atrás?

-- Tu hija tiene una voz preciosa, Jornam.
El hombretón, arrancado de sus pensamientos, volteo la mirada a un lado, buscando a quien se había dirigido a él. Y, alumbrado por la luz de la hoguera, pudo ver a uno de los refugiados, un hombre un poco mayor que él, demacrado por el hambre y la angustia.
No tenia ganas de charlar ahora.
--¿Sabes? Ella me recuerda mucho a mi hija—la insistencia por hablar delpobre tipo demostraba su estado de ebriedad ¿un alcohólico tal vez?—hubiera podido ser buenas amigas, tal vez.
Seguramente la hija de este hombre habia muerto, penso Jornam. Tal vez este hombre estaba tratando de limpiar de la sangre de su hija con el alcohol y de desahogar su tragedia hablando con otro.
-- Siento la perdida de tu hija, es una pena que haya muerto
Jornam volvio la mirada al refugiado, que ahora miraba fijamente el suelo, con los puños apretados. Parecia llevar una gran carga sobre sus hombros, algo mucho mas terrible que la perdida de un ser amado
--¿Muerta?¡Los dioses quisieran que hubiese muerto aquella puta noche!
El campesino se desplomo abruptamente junto a su unico oyente, para luego sentarse un poco más decentemente. Lentamente, unas lagrimas comenzaron a recorrer sus sucias y demacradas mejillas, que rápidamente secó con la raida manga de su sayo.
--  Todos hemos sufrido por estas malditas bestias—se movio un poco mas cerca del su etilico compañero y le dio unas palmadas en el hombro--. Estoy seguro de que lograremos superarlo.
--¡Pero ella no!—se irguio tan violentamente mientras vociferaba que casi vuelve a caer al suelo -- ¿Acaso a ti te arrancaron los ojos?¿Te han violado mientras suplicabas en las tinieblas?¿Acaso tuviste oportunidad de ver como se comían viva a tu madre frente a ti sin poder hacer nada? Ojala la hubiera matado con mis propias manos antes que tuviera que sufrir hasta perder la cordura y que la dejaran inútil.
Nunca habia pensado que tal maldad pudiera existir, pero alli estaba un ejemplo. El dolo de aquel pobre hombre que habia perdido todo lo que amaba, a quien le fue arrancada brutalmente su hija, lo hizo pensar. Eso pudo haberle sucedido a su propia Danna. Se sintio impotente por un segundo, y un gran pesar le oprimió el pecho. Solo pudo decir una cosa con voz entrecortada
-- Lo siento mucho, pero ten juro por mi hija que vengare a la tuya.

Capitulo 2



2


Susurro de las Tres Hojas




Por fin se hallaban solos ellos dos con su viejo secreto: La “sala del trono”
La figura mas baja y esbelta musito unas palabras incomprensibles mientras ejecutaba unos fluidos movimientos con sus manos. La sombra mas alta y robusta estaba parada, con brazos cruzados. Solo se escuchaba la agitada respiración de ambos personajes, a la expectativa del que posiblemente fuera el tesoro más grande del mundo.
Clara la luz ilumino la basta sala subterránea. Hacia más tres décadas que no visitaban aquel magnifico lugar tan secreto como suyo. La plata y el mármol verde, los gravados de las paredes y las baldosas lustrosas, los tapices y los muebles, todo en perfecto estado. Las edades parecían haber tenido piedad de tal belleza y majestuosidad, apartándola de las leyes del tiempo y la naturaleza.
Pero por sobre todo estaba el “Trono de los Antiguos”.
Tallado en piedra negra, se situaba en el fondo de la sala, en una parte elevada. En sus costados había muchos dibujos, que representaban hazañas de héroes hacia siglos olvidados. Los apoyabrazos terminaban en cabezas de lobos, tan reales que parecía iban a atacar a cualquiera que osase tocarlos.
-- ¿Estas preparado, Jornam?
-- Solo espero que sigan en su lugar
Juntos, caminaron en dirección al trono, con paso firme y orgulloso, como si realmente fueran a presentar respetos al que hubiese sido monarca de aquel mundo de piedra y bosques.
Laregmir saco su daga y la clavó en una hendidura de la base del sitial y comenzó a hacer palanca. Muy poco se movió. Con un gesto de la cabeza, llamo a su compañero, el cual ahora blandía una barreta. Juntos lograron moverlo.
Y allí estaban, en los mismos lienzos en que las habían envuelto hacia más de treinta años.
Frías, pulidas, perfectas. Las tres hojas brillaban bajo la brillante luz del conjuro. Eran de un oscuro metal que nunca pudieron reconoser: ni hacero ni hierro, solo “eso”. Las hojas tenían líneas suaves y curvas, como talladas por el viento, y presentaban nervaduras similares a las de las hojas de los árboles.  Las empuñaduras también eran muy elaboradas. Estaban inscriptas por runas en espiral y otras figuras extrañas, y eran extremadamente cómodas de sostener.
Pero eran el pomo y la cruz lo que las distinguía realmente entre si, a pesar que tenían longitudes diferentes.
La primera y mas larga de ellas no podia blandirse con una sola mano dado a su gran longitud, de casi seis pies, pero era muy liviana en comparación a sus dimensiones. Su cruz se curvaba hacia la hoja, y parecian dos cuernos de antílope austral, y estaban hechos con verdaderos  cuernos, pero con un interior solido. El pomo era una pequeña cabeza de una criatura de aspecto siniestro, con un hocico corto y chato, del que sobresalían unos terribles colmillos, con ojos pequeños de rubí y cuernos como los de la otra parte de la empuñadura.
La segunda espada era poco mas larga que una daga y tenia una empuñadura enjoyada. Las esmeraldas y lapislázuli, de refinada talla, apenas sobresalían de la base sobre la cual estaban encastrados. Era muy fría al tacto, y era extremadamente afilada, como habían comprobado los dos hombres el día en que la encontraron tirada en los túneles de las ruinas.
La tercera era la favorita de Laregmir. Su hoja era levemente más recta que la de las demás, y era de una longitud cómoda, de poco más de tres pies y medio. Tenia cuatro galluelos perpendiculares entre si que parecían las garras de algún tipo de reptil cerrándose hacia el filo. La empuñadura, por todo lo demás era simple, lisa, pero el pomo era lo realmente especial. Dos colmillos amarillentos estaban engarzados al final de la empuñadura. Median tanto como su dedo meñique y eran extremadamente suaves y duros. Tenían la cara interna muy afilada, como si las hubieran afilado intencionalmente. Se sentía a gusto contemplando estos colmillos.
-- ¿crees que unas buenas armas puedan definir esta lucha, Laregmir?
-- Solo si logran inspirar valentía en los demás. Sabes que somos muy pocos, y que solo con una inmensa cantidad de suerte podrán salvarse los que están  escondidos en la bóveda.
Jarmond tomo el espadón y lo contemplo unos segundos. Luego miro fijamente a su compañero
-- Pero no obstante hay posibilidades—el gesto del hombretón era cada vez más sombrío--. Siempre fuiste como un hermano mayor para mi, y se que mi hija te tiene bastante estima, aunque no de la que me gustaría que tuviera. Si llego a morir, quiero que dejes la batalla y hullas con ella. Es lo único que tengo.
-- No creo que eso sea necesario. No morirás esta noche. Eres mucho mas duro que cualquier orco o bestia que ronde por estos parajes.
-- Tienes razón, pero prométeme que si algo me pasa, cuidaras a mi hija.
-- Haré lo que este a mi alcance.
Laregmir tomo las dos espadas que todavía estaban en el suelo y se las calzó en el cinturón. Luego, camino hacia Jarmon y le dio una fuerte palmada en el hombro.
-- Es hora de subir

Pocos eran los que podían combatir. Poco más de treinta labradores y jóvenes tramperos inexpertos armados con hachas, picos y endebles arcos de tejo. Solo su predisposición por luchar y la valentía que afloraba de sus corazones les daba algo de peso como combatientes, pero por todo lo demás, parecía que esta era una batalla perdida. Muchos no llegarían a ver un nuevo amanecer.
Todos estaban en sus posiciones, iluminados por la fría luna de invierno

El viento comenzó a soplar helado desde el sudeste. Una sombra se acercaba desde el norte. No eran demasiados en realidad, pero marchaban en perfecta formación.
Sesenta orcos, todos bien armados y de apariencia fiera marchaba en la noche, escoltados por cuatro figuras mas altas, mucho mas altas.
Estos seres lobunos tenían una apariencia mucha más temible que los que fueron asesinados en la granja de los Harmond. Más musculosos, más altos, con el pelaje teñido de negro como si de tatuajes se tratara. Sus torsos estaban desnudos y presentaban muchas cicatrices. Vestían oscuras capas, ya muy desgastadas, y sus piernas y brazos estaban cubiertos por placas metálicas. Con estridentes ladridos daban órdenes a sus fuerzas, mientras enarbolaban sus grandes y pesadas espadas de filo aserrado.
“Esto es demasiado fácil” pensó Laregmir. La diferencia era de menos de dos a uno, y los orcos no eran un fuerza combatiente entrenada, siendo que su fortaleza estaba en el numero de sus hordas. Debía hacer una trampa en todo esto, y esos cuatro combatientes que flanqueaban la formación no le daban buena espina.
Dirigió una ultima mirada a sus hombres, todos escondidos en sus puestos, esperando la orden de atacar. Muchos no verían un nuevo amanecer. Su boca estaba seca y la sangre le zumbaba en los oídos. Lentamente, coloco una flecha en la cuerda de su arco y la tensó lentamente. Era la hora
Rapido como el rayo, Laregmir se incorporo y disparo la primera flecha, destinada al primero de los licántropos. Todos los arqueros salieron de sus escondrijos e hicieron lo mismo.
Tres flechas se clavaron en el bestial ser, pero este apenas se dio cuenta de ello. Solo se dio por enterado al escuchar caer a los orcos que estaba a sus espaldas. Sin demostrar dolor alguno, procedió a arrancarse las flechas, y de sus heridas comenzó a brotar sangre, pero no parecía importarle. Acto seguido, aulló a la luna llena.
Los pelos de la nuca de todos los presentes se erizaron, y un escalofrío recorrió la espalda de los defensores. Era imposible creer lo que habían visto, y estaban mucho más asustados que antes.
Una nueva oleada de flechas salió disparada contra las fuerzas atacantes, derribando unos cuantos orcos, pero sin tocar a los licántropos. Después de todo ¿que sentido tenia disparar contra algo que no se vería afectado? Todos dejaron sus arcos y bajaron a combatir cuerpo a cuerpo.
Las defensas desataban bien organizadas. Las únicas aberturas eran estrechas y facilitaban la tarea de repeler a los invasores. La lucha se veía restringida a los pasillos y lugares pequeños, donde era sencillo luchar hombro con hombro y en formación cerrada. Los orcos eran enemigos débiles, pero sus superiores eran agua de otro poso.
Jornam se hallaba combatiendo junto a tres jóvenes contra uno de estos guerreros lobo, pero no podían lograr vencerlo. Era demasiado ágil para que el mayor de los Harmond pudiera herirlo con el gran espadón que había obtenido en estas ruinas, y solo habían logrado infligirle algunas heridas leves. Por el contrario, ellos estaban perdiendo energias y uno de ellos estaba herido.
La pelea se fue prolongando demasiado.
Jornam se vió obligado a luchar uno a uno contra la bestia, mientras los otros hacian frente a los orcos que se estaban agrupando alrededor de ellos. La situación era desesperada.
Pero algo se vino a su mente, eran imágenes, sonidos, sensaciones. De repente se encontró pensando en su hija, su tesoro mas preciado, y en la gente de aquella colonia que lo vió nacer. Pero también imágenes de lugares que no conosia, de tiempos que no recordaba. Seres de aspecto delicado discutiendo con una criatura similar a los licántropos contra los que estaban luchando. Un odio tremendo inundo su corazón, una fuerza arrolladora y una entrega absoluta llenaron su cuerpo.
De repente, un rugido estremecedor. No era el guerrero lobuno, ni uno de los orcos. Jornam Harmond se habia convertido en una maquina de matar.
De un mandoble, hizo retroceder a la criatura, y esta casi tropieza. Y ese fue su último error. Con un movimiento imposible para cualquier otro mortal, la espada cambió su curso y se descargo directamente sobre el brazo izquierdo de la bestia, cortándolo limpiamente y liberando un río de sangre negra y tibia. Pero este no fue el último golpe.  Otra vez el espadón se levantó y otra vez se descargo sobre el enemigo, abriendo el pecho de la criatura como si de un costal de grano se tratase.
Jornam dejo el cuerpo inerte de su enemigo y a sus estupefactos compañeros atrás y se lanzo contra los demás enemigos. Era como si estuviera poseído.
Por cada tramo que avanzaba, dejaba tras de si una ristra de muertos. Era como si su único propósito en la vida en ese momento fuera destruir al mal, sin importar el coste. Un costo que podia llegar a ser muy alto, por sierto.
Al final de uno de los pasillos, se dio con una camara circular, la cual era la camara anterior a la bobeda donde estaba ocultas las mujeres y los niños. Unos pocos habian llegado a este punto, y tenian problemas para defender el lugar. Estaba perdiendo.

Laregmir, por su parte estaba corriendo hacia la boveda cellada. Unas voces extrañas le dijeron que sus amigos estaban en peligro, que algo oscuro los estaba amenazando.”Acaba con los traidores” le pareció escuchar en medio del tumulto de sus pensamientos.
Eran pocos los orcos que quedaban en su camino, pero le dolió ver los cuerpos de muchos jóvenes, casi unos niños, tirados en el suelo, cubiertos de sangre y cortes. Uno incluso fue salvajemente mutilado por los invasores y parcialmente devorado. Las espadas parecían querer venganza por ellos, al igual que él. Pronto llego a la sala circular.
Los tres licántropos que quedaban se estaban batiendo contra Jornam, y este poco a poco estaba cediendo terreno. Sin ayuda, no tendría posibilidades de sobrevivir. No habia nadie mas que él en el lugar, pero se escuchaban sonidos de lucha a lo largo del resto de las ruinas.
Algo lo invadió, una fuira siega y una ansia de castigar que nunca habia conosido. La espada de los colmillos estaba temblando, pero no por culpa de él: tenía su propia voluntad.
Las todo a su alrededor se volvió tan irreal y lejano que incluso el dolor de sus heridas le parecian un simple sueño. Laregmir se sentia fluir por un rio, sin el mas minimo control de sus movimientos, danzando con sus espadas. Se dirigia directo hacia los guerreros-lobo.
No sentia ni escuchaba nada, solo veia difusas manchas de sangre saltar por los aires mientras daba vueltas y vueltas. Era ajeno a su propio cuerpo, como si su alma hubiese sido apartada por otra, por un ser mucho mas poderoso. Todo era demasiado etereo para poder comprenderlo.
Nada importaba en ese momento.
“Tranquilo hermano mio, hoy te necesitamos. Hoy no moriras” decian las voces que colmaban su cabeza. Sin saber por que, Laregmir confiaba en estas voces.

Todo se volvio oscuro…